Para él fue la muerte como el último asombro: tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido. Raúl Gonzáles Tuñón Nos duele la vida. Y nos duele porque nos importa, como nos importa el amor, la amistad, el mismo aire que frío, en los días de invierno, nos duele al respirarlo. Ese dolor es el que sentimos al conocer, no sin esperarla, la noticia de la muerte de nuestro compañero Pepe Hernanz. Fue un dolor que nos trajo soledad, pena, que nos hizo sentir como si una herida invisible se abriera en nosotros y por ella escapasen esas pequeñas cosas de que se compone la vida y de las que nos servimos para darle sentido. Y así sentimos a Pepe Hernanz hablando entre nosotros con su tono pausado, sereno pero firme y convencido, haciéndonos ver aquello tan evidente ahora pero que hasta que él no lo planteó no se había visto. Y nos acordamos de las llamadas de teléfono en la que siempre le pedíamos algo y él siempre encontraba la forma de aportar su trabajo desinteresado. Y lo vimos tomándose una copa junto a nosotros tras un secretariado, o un pleno o simplemente una reunión cualquier día para hablar de Ustea.
Ustea fue una de las pasiones y de las luchas de Pepe Hernanz. Pasión y lucha, que como otras tantas de su vida, le acompañó hasta el final. Ustea en Cádiz era una parte de la obra de Pepe. Fueron muchos los esfuerzos, las horas, las alegrías y decepciones que mutuamente se intercambiaron y ahora que ya no está entre nosotros la Ustea en Cádiz se ha quedado un poco huérfana, aunque como cada huérfano siempre nos queda el recuerdo y las enseñanzas de un hombre que fue sobre todo coherente con sus pensamientos y con su forma de actuar. Hay quien pasa por la vida al son de toda una orquesta dejando donde pasa un recuerdo de desfile y algarabía. Pepe Hernanz fue siempre un hombre de su tiempo, un hombre discreto capaz de trasmitir en su trabajo y en su vida la idea importante del conocimiento, de la formación cercana para luego pensar hacia el mundo, y así nos dejó su ejemplo. Sin enfados pero con toda la firmeza del mundo, sin alharacas pero con toda la fuerza del conocimiento. Ese, ni más ni menos, es su legado, toda una forma de comportamiento, en una sociedad en la que lo exterior y accesorio parecen más importantes que la coherencia con un pensamiento de izquierda, formado y asumido y llevado al día a día de cada uno.
Nunca vimos a Pepe Hernanz enfadado. Y sabemos que tuvo y le dimos motivo para ello. Sin embargo no le hacía falta enfadarse. Era tal la fuerza de su comportamiento, de su compromiso vital, de sus simples gestos, de su mirada pausada y limpia, que, cuando tras pensar un poco levantaba la vista para mirarnos, ya sabíamos que algo no iba bien. Entonces pedía la palabra y dejaba sobre la mesa su opinión. Y todos asumíamos que aquello debía ser así, y por esa senda caminábamos. Ahora que ya no está ese hueco, esa postura, se queda vacía y sabemos que difícilmente la vamos a cubrir porque Pepe Hernanz solo había uno y la vida nos lo arrebató. Por eso nos duele.
Ahora, el reproche. El reproche de no haber tenido el valor, y haber tenido la consciencia de que su enfermedad no le ofrecería muchas oportunidades, para haber buscado más a menudo la palabra directa él en estos últimos meses. Esconderse tras los recuerdos afectuosos y agradables, para no enfrentarnos a un final que, como una aguja que penetra en el consciente, no dejámos de intuir. Egoísmo si se quiere, pero insoportable para poder mantener el tono indolente de una charla intrascendente con un amigo, más que un compañero, que nos superaba con su optimismo inquebrantable durante tanto tiempo de sufrimiento.
Nos duele que ya no marcaremos su número para pedirle consejo, ni nos esperará a la puerta de casa para recogerlo y marchar juntos a cualquier cosa de la Ustea, que no le veremos bailar bachata a las 3 de la mañana con la música saliendo de un coche abierto en mitad de la calle, ni le saludarán con enorme afecto sus alumnos en Puerto Real cuando charlábamos en un bar, ni recibiremos en el correo electrónico sus propuestas sobre el plan de trabajo, la economía o las próximas jornadas de formación. Nos duele. Y nos duele porque nos importa. Y aunque el aire de este día de su muerte era cálido y limpio, nos dolió al respirarlo. Faltaba Pepe.
No podemos, ni queremos, pensarte en ausente. Un abrazo, Pepe Hernanz, y un beso para ti, Maripaz, compañera inseparable. Gracias, Pepe.